#10 – Una Historia de Amor, Rechazo, Vulnerabilidad y Victimismo

El rechazo deja profundas heridas que pueden condicionar el resto de nuestra vida si no somos capaces de cerrarlas.

Esta breve historia se remonta a mis primeros años en España. Soy venezolano de nacimiento y gallego adoptivo. Vine con 10 años a un pueblo que está a unos 20 minutos de Ourense. O Carballiño, el pueblo de interior donde se hace el mejor pulpo á feira que te puedes comer.

En mis primeros años por aquí no estuve solo, ni mucho menos, tenía un amigo al que le debo la vida porque mis primeros años aquí habrían sido mucho más duros sin alguien con quien jugar y hacer trastadas desde el balcón a las pobres almas que paseaban por mi calle.

Sin embargo, no fue hasta los 13 años que me integré en un grupo. En el que estaba la chica que acabaría por convertirse en mi primer amor, aunque por aquel entonces no fuera capaz de identificar qué es lo que estaba sintiendo. La gente en clase me decía que ella me gustaba, pero sonaba casi como un insulto y yo lo negaba más por ignorante que por cabezón. Sin embargo, el tiempo pasó, nos sentábamos juntos en clase, de vez en cuando se rozaban las manos bajo el pupitre y se me empezaron a alborotar los sentimientos. Llegado a un punto ya no podía seguir engañándome. Ella me gustaba. Y no podía hacer nada al respecto porque tenía novio.

No voy a entrar en detalles por respeto a la chica en cuestión. Solo puedo decir que en algún momento ella puso de manifiesto que también tenía sentimientos hacia mí y eso acabó por trascender al resto, incluido su novio de aquel entonces. La consecuencia fue que el grupo decidió —como un ente que comparte cerebro— hacer un ejercicio impecable de acoso y derribo hacia mi persona.

Así que acabé siendo rechazado por mi primer amor —esencialmente platónico, que es peor si cabe por ser idealizado— y por buena parte de mi círculo de “amigos”. Es admirable el esfuerzo que pusieron en hacerme ver que estaba solo.

Y tonto de mí, les creí.

Me creí esa versión de la historia en la que no me quedaba más remedio que hacer la guerra por mi cuenta porque no podía confiar en nadie.

Tengo la firme convicción de que esa época de mi vida me dejó una herida abierta que acabó por condicionar mi capacidad de abrirme a los demás.

Aunque tuviera indicios, no he sido plenamente consciente de este patrón de comportamiento hasta hace relativamente poco, escuchando un podcast sobre el tema. Las personas que evitamos mostrar nuestros sentimientos tenemos que conseguir hacer las paces con la socialización y seguramente nos venga muy bien un poco de ayuda psicológica para conseguirlo, aunque no fuera mi caso.

Yo tuve la inmensa fortuna de tener cerca a personas que nunca se rindieron conmigo.

Amigos que saben ver debajo de mi máscara y me pinchan porque sabe que de lo contrario voy a explotar. Mis padres que no necesitan ni 10 segundos al teléfono para detectar en mi voz que algo me pasa. Mi novia que sabe que estoy pasando por un pico de estrés aunque ni yo mismo me lo note estar metido en la vorágine.

Cuando he estado mal me han forzado a escupir el veneno, colisionar las partículas, soltar la bomba y liberar al kraken. Me han hecho confiar en que hacerlo merecía la pena. Me han hecho ver que no soy Atlas y no me puedo echar el mundo a la espalda.

Tengo una deuda impagable con este reducido grupo de expertos en Miguel, porque gracias a ellos pude cerrar esa herida y creer al fin que no estoy solo.

Sigo sin estar cómodo siendo vulnerable y sigo creyendo que soy el responsable único de mi siguiente acción, pero siento que he encontrado un punto medio más saludable.

No pasa nada por hablar con el comité de expertos de vez en cuando. No te van a juzgar y, aunque no te puedan ayudar, el simple hecho de desahogarte puede suponer un punto de inflexión. No pasa nada por liberar un poco de presión, y hasta la fecha no tengo constancia de que alguien haya muerto por soltar alguna lagrimilla. Honestamente creo que la gente agradece saber que quien tiene delante es humano.

Pero después de la catarsis toca recomponerse, remangarse y buscar soluciones a eso que te esté pasando. Puedes compartir la carga, pero sigues siendo el responsable de enderezar eso que está torcido.

En un sentido tremendamente pragmático, la gente querrá seguir a tu lado si sus interacciones contigo son generalmente positivas.

Así que no debemos confundir vulnerabilidad con victimismo. Tu debilidad no puede ser el foco de tu relación con otra persona.

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