#13 Modelos Mentales (II) – Filtrar lo Esencial y el Efecto Mariposa

Por si os perdisteis el primer artículo de esta serie sobre los modelos mentales…

Nuestra mente es vaga –todo tiende hacia un estado con menor consumo energético de forma natural– y se vale de simplificaciones de la realidad que nos permiten hacernos a la idea de qué puede estar pasando a nuestro alrededor. Esas simplificaciones que nos enseñan o descubrimos desde la experiencia propia también se conocen como modelos mentales.

Si manejas más y mejores modelos mentales tendrás mayor capacidad de entender el mundo y, en consecuencia, tomarás mejores decisiones.

Hoy vamos a aterrizar un par de modelos que me han resultado de especial utilidad en mi día a día.

  1. Razonamiento de segundo orden
  2. Razonamiento de principios fundamentales

El razonamiento de segundo orden es un marco de pensamiento que nos recomienda que no nos quedemos en el impacto de la consecuencia directa de nuestras acciones y tratemos de anticipar las consecuencias indirectas.

Te pongo un ejemplo que tengo bastante reciente.

Estoy escribiendo esto desde la casa de mis padres en Galicia, mirando los pinos a través de la ventana de mi habitación. A mí me encanta venir a visitarles. Nuestra relación es espectacular y siempre que vengo duermo como un bebé en la primera noche. Se me olvida cualquier estrés que pueda traer de Madrid.

Para que mis padres pudieran construir este hogar han tenido que pasar por muchos momentos buenos y malos. Muchos sacrificios y problemas, dejar atrás la vida que habían construido en otro país para venir aquí, tener que criarme a mí –que no tuvo que ser un camino de rosas–, superar sus propios problemas de pareja, y otras muchas cosas que seguramente no alcanzo ni a imaginar. Todo para mantener un hogar unido y en pie durante 35 años. Como mínimo se puede decir que tiene mérito.

Cuando estás entre los veintilargos y los treintaipocos no es tan obvio que el compromiso a este nivel con una pareja sea la opción que mejor satisface tus necesidades a corto plazo. Al fin y al cabo, te sientes con muchas opciones por explorar –especialmente si tienes la fortuna de estar de buen ver.

De forma general, renunciar a una retribución a corto plazo por algo mejor a largo plazo es sumamente curioso si lo piensas bien. No sabes si mañana te va a atropellar un autobús, sin embargo, aceptas que la esperanza de vida en un país desarrollado sobrepasa los 80 años y te preparas como si fueras a llegar hasta allí.

Cuando me imagino entrando en la recta final de mi vida, me veo acompañado de la madre de mis hijos. Para mí tiene sentido que ponga en segundo plano la variedad de opciones que me ofrecen un beneficio inmediato, a cambio de aumentar las posibilidades de que me visión a largo plazo suceda.

Y sin quererlo he aplicado un razonamiento de segundo orden como una catedral.

La mentalidad de preguntarnos continuamente, “y… ¿qué pasa después?”.

«Cuando intentamos separar cualquier cosa por sí sola, descubrimos que está unida a todo lo demás en el universo.» – John Muir

En segundo lugar, te presento el razonamiento desde primeros principios. Se trata de una herramienta que ayuda a clarificar problemas complicados prescindiendo de cualquier suposición para quedarnos con lo esencial.

Desde que tengo memoria me ha gustado enredarme en conversaciones sobre casi cualquier tema y, por norma general son experiencias positivas. Solo hay un escenario en el que dejan de serlo. A veces me cuesta manejar las conversaciones en las que mi interlocutor tiene una forma de debatir agresiva y me lleva la contraria de frontalmente. Estas situaciones me generan una fuerte respuesta emocional y hacen que deje de verlo como una colaboración con el fin de aprender un nuevo punto de vista, a verlo como una lucha de adversarios donde mi objetivo es ganar.

Nos guste o no, nos encanta tener la razón, sobreestimamos nuestra racionalidad y tenemos una mente más bien cómoda. Muchas de las ideas que defendemos a capa y espada, sencillamente nos resultan emocionalmente afines. Las damos por válidas, especialmente si confiamos en la fuente, y no nos molestamos en profundizar mucho más. Y con ese conocimiento superficial salimos al campo de batalla, pero al entrar a debatir con alguien que nos exige, nos hacemos conscientes de nuestras lagunas. Aun así, no damos nuestro brazo a torcer y tiramos de trucos poco elegantes como desacreditar a nuestro interlocutor para ponerle nervioso o conseguir que los que presencian la discusión se pongan en su contra –como ganas tanto dinero con su empresa no puede hablar de los problemas de los trabajadores–, o citar a “estudios” o “la comunidad científica” aunque no hayamos visto un paper sobre ese tema ni por equivocación.

Es duro, lo sé, pero nos dedicamos a repetir eslóganes con más frecuencia de la que nos gustaría reconocer. Y a veces nos pillan.

Cuando pides a alguien que profundice un poco más o que dé sus definiciones de algún concepto básico para entender su punto de vista, lo que haces es apartar todas las suposiciones, descifrar la jerga y reducir el ruido que distorsiona el buen entendimiento. Estás intentando dar con los primeros principios sobre los que se ha construido el argumento y, por el camino, estás delimitando muy claramente cuáles son los puntos en los que hay acuerdo, en qué medida afirmáis con base o suponéis, y cuáles son los puntos de desacuerdo.

Es difícil que una persona mantenga la postura agresiva y cortante si se está sintiendo escuchada y ve que hay un interés genuino por tu parte en conocer su punto de vista. Con un poco de suerte, puede ser que te devuelva el gesto dándole una oportunidad genuina de comprender tu postura.

Y las discusiones sobre temas controvertidos o complejos se hacen un poco más llevaderas.

El razonamiento de primeros principios es la mentalidad de preguntarnos siempre “¿por qué?”.

No sé qué le pasa a la gente: no aprende entendiendo; aprende de alguna otra manera –por rutina o algo así. ¡Su conocimiento es tan frágil! – Richard Feynman

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