#15 – Querer Más vs. Disfrutar el Ahora: Encuentra el Equilibrio

Mis inicios en el mercado laboral fueron difíciles. Tras unas prácticas en las que no me fue muy bien me pasé casi un año buscando trabajo de «lo mío» –aunque no tuviera ni idea de qué era lo mío. Haciendo cursos para mantener la mente ocupada, cogiendo trabajillos esporádicos y gastando lo mínimo para no parasitar a mis padres.

En ese momento habría matado por un trabajo.

Para mejorar mi CV me vine a Madrid a estudiar un máster, pero el coste de mi vida aquí más el coste de la matrícula eran una carga importante para mis padres, así que compaginé el máster con un trabajo en una ONG parando gente por la calle para hacer socios. Tras 4 horas de pie por la calle en día de invierno el frío se te cala en el cuerpo. Y se hace duro para el ánimo encadenar cientos de noes, especialmente si se acerca el final del mes y no estás llegando al objetivo de socios.

En ese momento habría matado por un trabajo de oficina, el que fuera.

Tras acabar el máster conseguí unas prácticas de empresa en un puesto que guardaba mucha relación con mi formación. Cuando me quedaba algo más de un mes para acabar mi contrato estaba desesperado por dar el salto a un puesto de trabajo estable para dejar de vivir con el corazón en un puño cada vez que se acercaba un final de contrato, así que me pasaba los días prendiéndole fuego a LinkedIn e Infojobs.

En ese momento habría matado por un trabajo indefinido, aunque no me encantase.

Tras unas cuantas entrevistas pude entrar a un programa de jóvenes talentos con condiciones competitivas, que viniendo de donde venía me parecía maná caído del cielo. Allí me vi planificando un proceso productivo que trascurre de lunes a viernes 24 horas al día en el que había muchos factores que podían alterar los planes en cualquier momento. Mi nivel de implicación era brutal, porque tenía que estar preparado para tomar decisiones ante cualquier imprevisto y a cualquier hora, lo que puso mucho estrés en mi vida personal y mis relaciones.

En ese momento habría matado por un mejor balance entre vida personal y profesional.

Si lo veo en retrospectiva…

Cuando estaba en casa de mis padres en el paro podría haber disfrutado mucho de su compañía y no le di el valor que le doy ahora, que los tengo lejos.

Cuando estaba pasándolo mal en la ONG me consolaba pensando que era una trabajo puente. La realidad es que aprendí cosas que ningún máster en una escuela de negocios me podría haber enseñado. Cómo persuadir, cómo tolerar la frustración ante el no, cómo manejar el estrés de ver que se acerca el final del mes y aún no has llegado a objetivos, y cómo relativizar tu «mala situación» al ver los motivos de otros compañeros de equipo para estar ahí. Hay vidas muy duras.

Cuando lo pasaba mal por querer un trabajo indefinido de una vez por todas, podía haber dado más valor al hecho de que me probé a mí mismo que era capaz de tener un buen desempeño en un trabajo de una exigencia similar al de otros compañeros de mi equipo que ya eran indefinidos y estaban consolidados en la empresa.

Cuando me vi con un nivel de desgaste mental podría haber entendido que es bueno testear los límites de tu capacidad de trabajo y entender los primeros síntomas de un estado psicológico anormal para conseguir un rendimiento alto y sostenible en mi siguiente oportunidad laboral.

Ahora estoy en un trabajo muy distinto en el que me van bien las cosas, me lo paso bien y puedo mantener un nivel de energía alto que se traslada a mi vida personal, pero quiero más. Siempre habrá un posible ascenso, o un coche de empresa, o más sueldo, o un jet privado, o un Ferrari.

Pero depende de mí si quiero caer el los mismos errores que he cometido en el pasado.

El mensaje que te quiero transmitir es que hay que balancear el ir a por más con el disfrutar de lo que tienes.

Como un perro con su hueso, vamos a morder ese objetivo que tenemos delante. Está tan cerca que asumimos sacrificios por encima de nuestras posibilidades. Hasta el punto de que, inconscientemente, sobreestimamos su importancia y cambiamos el lugar que ocupan tanto las personas que queremos como nuestro propio bienestar en nuestra jerarquía de prioridades.

Se produce una lucha interna, porque tu razón te dice que tu familia y amigos están en lo más alto de tus prioridades, pero tus actos no lo respaldan. Ya llevas 10 días sin llamar a tu madre y llevas sin hablar con tu mejor amigo desde fin de año.

Cuando nos movemos solamente por logros corremos el riesgo de entrar en una carrera infinita. Con un poco de suerte y mucho sacrificio puede que alcancemos lo que perseguimos, pero la alegría será efímera porque el motor que nos mantenía en marcha era la adrenalina de la persecución. Pronto necesitarás un nuevo estímulo para seguir en la carrera.

Y no estoy diciendo que aspirar a más sea malo. Nada más lejos de la realidad. La ambición sana es positiva y necesaria. Nuestros padres quisieron más para darnos mejores oportunidades y yo quiero más para dar mejores oportunidades a los míos.

Esto no es hacer apología del conformismo.

Simplemente es una llamada a la reflexión. ¿De qué sirven los grandes logros si has alejado a todos los que se alegran genuinamente por ti? ¿De qué sirven los grandes salarios si no tienes tiempo ni energía para gastarte ese dinero en lo que sea que te apetezca?

Si paras un momento y analizas dónde estás aquí y ahora y le das la importancia que tiene a lo que has conseguido, es muy posible que percibas que tu situación es bastante buena. Y si no es así, quizás puedas reenfocar tu mal momento, porque del sufrimiento se sacan lecciones valiosas que te harán más fuerte mañana.

Independientemente del estrés que puedo soportar en mi día a día, de las jornadas que se alargan, del precio del bitcoin, de que los pisos están muy caros y de que estoy con un poquito de alergia, lo cierto es que estoy bien. Estoy sano, al igual que mis padres. Tengo buenos amigos y una novia que consigue que realmente me apetezca volver a casa –escribo esto tras dos días de viaje, en un ave que se me está haciendo un poco largo.

Y me despierto por las mañanas con ganas de empezar el día. Ese es el mejor síntoma de que aquí y ahora estoy a gusto con lo que hago y con lo que soy.

Poco más puedo pedir. Pero quiero más.

Deja un comentario