#16 – Más Allá de la Ideología: Lecciones del Nazismo sobre el Peligro del Pensamiento Dogmático

Desconfía de los que ofrecen soluciones simples a problemas enormemente complejos del ser humano y la sociedad.

El mundo dista mucho de ser perfecto, y es honesto que se busquen soluciones a los problemas. Sin embargo, cualquiera que haya tenido que lidiar con situaciones en las que influyen muchas variables y las personas implicadas tienen intereses contrapuestos, sabe que las soluciones no suelen ser evidentes.

Se hacen diagnósticos —que a veces parten desde la buena fe— y se identifican causas, pero nuestras propias limitaciones juegan en nuestra contra. Esencialmente, nuestra mente es vaga y somos seres con moralidad. Si la causa que explica un determinado problema nos resulta coherente y encaja en nuestra matriz moral, no sentimos la necesidad de seguir indagando y corremos el riesgo de confundir una explicación parcial a un problema con la explicación principal y única.

La teoría de que la raza aria es superior ha sido refutada por la genética moderna, que ha demostrado que no existen razas humanas biológicamente superiores o inferiores. Todas las poblaciones humanas comparten una mayoría abrumadora de su material genético, y las diferencias superficiales, como el color de la piel, no determinan la capacidad o el valor de un individuo o grupo.

Como somos vagos y nos tenemos por buenas personas, tratamos de solucionar los problemas sin entender las causas reales que los originan.

Y las consecuencias pueden ser muy graves.

Primero que nada, es importante entender que una ideología nace cuando una persona o grupo de personas entienden una situación como injusta y esto los empuja a encontrar una causa que lo explique.

El propio resentimiento o frustración que genera lo que se entiende como una injusticia hace que sea tremendamente fácil pensar que tiene que haber un culpable. Un enemigo cuyas motivaciones se fundamentan en la maldad al que debemos rendir cuentas.

Hitler promovió una visión de unidad y orgullo nacional. Su retórica y propaganda enfatizaban la recuperación del espíritu alemán, la eliminación de la decadencia cultural y la construcción de una sociedad fuerte y unida.

Aquí se empieza a generar el relato de que hay buenos y malos. Y todos queremos ponernos del lado de los buenos, porque todos creemos que somos buenas personas.

Hitler y otros nacionalistas alemanes promovieron la idea de que Alemania no había sido verdaderamente derrotada en el campo de batalla durante la Primera Guerra Mundial, sino que había sido «apuñalada por la espalda» por traidores, de entre los que destacaban los judíos.

Es muy sensato que una persona presuntamente buena se sienta tentada a emprender una cruzada contra el enemigo en la que todo vale porque se siente del lado de la razón. Así vemos como en manifestaciones pacíficas convocadas por motivos razonables se leen pancartas indefendibles que serían entendidas como inaceptables y denunciables si las portara el bando contrario.

Dentro de este ambiente casi bélico se escuchan proclamas como «ninguna revolución se hizo regalando flores» o «intolerante con los intolerantes». Frases que parecen justificar cualquier acción incluso fuera del marco legal.

Cuando estas ideas sobre-simplificadas y fáciles de digerir se empiezan a extender, los seguidores consiguen hacer auténtica gimnasia mental para extender la explicación a cualquier fenómeno.

Quizás solo sea mi percepción personal, pero veo a muchos jóvenes impotentes ante la cantidad de montañas que tienen que escalar para tener una nivel de vida similar al que tuvieron sus padres. Parece que todo va mal, vamos a cargarnos el planeta, algún equipo de informáticos está desarrollando la IA que nos va a quitar el trabajo dentro de unos años, ahorrar para la inicial de un piso parece una broma de mal gusto y tener un hijo cuesta un riñón porque tiene que ir a una guardería donde le enseñen chino.

Que te pongan en bandeja una explicación convincente a un gran problema ante el que te sientes muy pequeño te da una sensación de control que resulta muy reconfortante, y entra como cuchillo en pan caliente en la mente de personas inteligentes y perezosas. Muchas de ellas serán menos espabiladas que los ideólogos originales y sin apenas darse cuenta sustituirán que «X contribuyó o ayudó a Y» por «X causó Y».

La ideología nazi vinculaba el antisemitismo con una visión más amplia de la pureza racial y la supremacía aria. Hitler utilizó la hostilidad hacia los judíos como una herramienta para unificar a los alemanes contra un enemigo común y justificar sus políticas expansionistas y racistas.

Y esto es particularmente grave, porque es tremendamente complicado proponer soluciones viables a un problema si te has equivocado a la hora de diagnosticar sus causas.

La creencia en la supremacía aria condujo a la deshumanización de millones de personas y justificó atrocidades como el Holocausto, donde seis millones de judíos junto con otros grupos perseguidos fueron asesinados.

Haciendo una breve recopilación, hasta ahora tenemos:

  • una causa parcial que somos capaces de comprender y explica un problema complejo
  • a un causante claramente identificado al que se le atribuyen razones cargadas de negatividad y destrucción
  • un escenario en el que lo más justo que se puede hacer es luchar contra el enemigo y no hay miedo a mostrarse agresivo porque estás del lado de los buenos
  • unos seguidores —o vectores de transmisión— que retorcerán la realidad para que la causa incompleta que da origen a la ideología termine por explicar cualquier fenómeno
  • y un diagnóstico equivocado de la causa raíz de un problema que derivará en que se propongan soluciones incorrectas

Así se forman las ideologías, pero… ¿por qué calan en la sociedad? ¿Qué hace que se hagan virales?

Necesitamos incentivos para aceptar, defender y transmitir una idea. Todo ese esfuerzo tiene que reportarnos un beneficio.

Uno bastante obvio es que estar en el bando de los buenos y luchar activamente contra los malos nos hace mucho bien a nivel reputacional, que es nuestra moneda social. Otra forma de verlo es que, por miedo a que se manche nuestra reputación podemos llegar a exagerar nuestra afiliación a una idea.

La policía secreta (Gestapo) y las SS (Schutzstaffel) fueron instrumentos clave en la represión interna. Estas organizaciones espiaban, arrestaban, torturaban y asesinaban a aquellos considerados opositores al régimen.

Otro beneficio es que, en la falsa dicotomía del «ellos contra nosotros» encontramos una fuerte identificación grupal y sentimiento de pertenencia en nuestro bando.

Y por último, el confort y la sensación de control que nos genera tener una explicación que somos capaces de entender y un enemigo claro al que odiar.

Dicho esto, ¿hay algo que podamos hacer para no caer en la trampa ideológica?

Si estamos un poco avispados, pediremos a nuestra tripulación que nos ate al mástil del barco para no vernos arrastrados por los cantos de sirena en forma de ideas atractivas. De base, piensa que tienes una configuración mental y hay ideas que te pueden resultar muy afines. Precisamente esas son las que más nos debemos cuestionar.

Otra estrategia es forzarnos a salir de nuestra cámara de eco, por ejemplo, escuchando un podcast o leyendo un libro de uno de tus «enemigos» ideológicos —algo lo suficientemente largo y sin editar para que puedas ver cómo la persona se explica— con la mentalidad de que podría tener razón.

Una forma de no abrumarnos ante la magnitud de los problemas de nuestra generación, es que nos centremos en problemas que sean lo suficientemente pequeños como para que realmente podamos entenderlos y encontrar soluciones viables. Antes de plantearte arreglar el mundo, tiene sentido que dediques un tiempo a ordenar tu casa, que seguro que la tienes hecha un asco. Resolviendo tus problemas quizás encuentres una ruta viable para solucionar los de tu entorno más cercano, los de tu comunidad o los de tu empresa.

Es peligroso renunciar a buscar la verdad por no cuestionar la doctrina. Abandona la ideología.

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