Este fin de semana estuve por Galicia visitando a mis padres y haciendo una barbacoa con mis amigos. Un planazo que estuve a punto de perderme porque perdí el tren de ida por despistado. Tras tirarme de los pelos un rato empecé a buscar soluciones, pero ya no quedaban trenes y los aviones y coches de alquiler estaban por las nubes, así que probé suerte con el último recurso. Blablacar.
Ahí estaba yo subiendo a Galicia con 2 desconocidos esperando un viaje largo y aburrido, pero nada más lejos de la realidad. Acabó siendo un viaje interesantísimo, en el que di con personas que, sobre el papel están muy alejadas de mí, pero tenían historias increíbles que contar, siempre rodeadas de un aura de misticismo y jerga que las hacían poco accesibles para mi cabeza más bien cuadriculada.
Fue un ejercicio de escucha activa que en otro tiempo no pensé que fuera capaz de hacer. En cierto modo estoy orgulloso de mí, porque fui capaz de dejar a un lado mis prejuicios y asumí que realmente sabían cosas que yo ignoraba.
Pero también fue una constatación de que tenemos que tener nuestro pensamiento crítico afilado para no dar crédito a pseudociencias por desesperación o por vagancia intelectual.
El viaje empezó con mucha normalidad, hablando sobre temas rutinarios para romper el hielo, pero pronto descubrí que esa charla iba a ser cualquier cosa menos superficial.
Tras un ratillo de aclimatación y sin previo aviso, el conductor se abrió y nos contó que había aparcado su trabajo de profesor durante un año y había emprendido la senda de la iluminación. En algún punto de su exploración se había pegado un viaje brutal de ayahuasca que nos contó con todo lujo de detalles, pero ese testimonio para mí se queda.
Dejando a un lado las drogas alucinógenas, afirmó haber tenido experiencias trascendentales en las que entendió lo que es sentir un amor perfecto y una felicidad plena. De algún modo, es como si dios le hubiera dado a probar una cucharada de lo que sería el pastel completo cuando alcanzase la iluminación definitiva, y su camino para conseguirla era ayudar a otros a sanar a través de psicoterapias –que aprendió en un curso–, acumulando más de 20 procesos exitosos. También ayuda a sanar cualquier tipo de enfermedad a través de los alimentos.
Cualquier tipo de enfermedad…
Su historia dio pie a que la señora que estaba sentada en el puesto del copiloto comentara que también se dedicaba a la sanación, pero desde otro enfoque. Tenía el convencimiento inquebrantable de que todo es energía, habiendo experimentado en sus carnes cómo era posible doblegar la materia a voluntad con el poder de la mente.
Nos contó que fue capaz de doblar una barra de hierro de unos 3 metros que se interponía entre ella y otra persona. Ambas tenían una energía similar y vibraban en la misma frecuencia. Cada una tenía un extremo de la barra apoyado en el hueco que tenemos debajo de la nuez y debían abstraerse de las limitaciones de la materia y enfocarse en encontrarse para darse un abrazo. El poder de su mente era tal, que a medida que caminaban hacia adelante doblaron la barra sin sentirla siquiera –cabe destacar que se trataba de una señora pequeñita y no especialmente atlética–, hasta que consiguieron fundirse en un abrazo.
Para ella, era la mejor explicación posible de física cuántica. Así, sin anestesia.
Y ahí estaba yo, absolutamente escéptico de todo lo que suene a astrología, horóscopo, reiki, destino y energías varias. Escuchando aquello estoicamente y luchando internamente contra el pensamiento de que estaban como unas maracas.
En cualquier otra ocasión habría descartado seguir dialogando con ellos o habría confrontado algunos de sus puntos más polémicos, pero estaba atrapado con ellos esas 6 horas y me apetecía tener la fiesta en paz.
Tras un par de horas escuchando detecté un patrón bastante evidente.
Envuelven en terminología propia algunas ideas que pueden explicarse fácilmente de forma racional a través de la ciencia.
Un ejemplo representativo es la idea de que absolutamente todo es energía, por lo tanto, todo está interconectado.
Esta es una idea bastante extendida en nuestra sociedad a nivel general, no sólo en el ámbito de las pseudociencias. Las personas emitimos energía, literalmente vibramos a una determinada frecuencia y los cambios en nuestras emociones afectan a nuestro «campo energético». Por eso hay personas con las que vibramos mejor o nos transmiten mejor vibra, o como dicen los americanos, good vibes.
Llevado al extremo, a través de disciplinas como el Reiki, un terapeuta afirma que puede canalizar una «energía vital» universal a través de sus manos hacia otra persona para promover la curación física, emocional y espiritual.
Si haces un poquito de investigación y desempolvas los apuntes de física de bachillerato, comprobarás que, efectivamente, toda la materia emite radiación electromagnética en función de su temperatura. Una barra de hierro a mucha temperatura se pone al rojo vivo, lo que implica que emite radiación en una frecuencia que el ojo humano puede percibir, y concretamente los humanos emitimos radiación no visible, en el rango de los infrarrojos.
Pero esta energía que irradiamos no contiene paquetes de información que un receptor pueda descodificar. No hay un mensaje oculto.
Una explicación más plausible a las good vibes que nos genera una persona es que hemos evolucionado para ser tremendamente competentes en leer el lenguaje verbal (lo que decimos), no verbal (gestos, expresiones faciales, postura, uso del espacio, apariencia…) y el paraverbal (tono de voz, volumen, pausas y silencios, ritmo…), así que, de forma intuitiva podemos «leer» a una persona.
Y una explicación más plausible al Reiki es el efecto placebo.
Con todo y eso, no creo que tengan voluntad de timar. Quizás me han engañado, pero creo que realmente se creen lo que dicen y esperan que ayude a sus clientes.
Cuando la copiloto me contó su hazaña con la barra y su interpretación de lo que es la física cuántica, entendí que detrás había una historia con un buen mensaje.
Este tipo de perfiles tratan de usar conceptos que realmente no comprenden –ni ellos ni la mayoría de nosotros–, pero suenan a científicos. Es una forma de manipulación muy común, apelar a la ciencia para dar mayor validez a una idea.
Sin embargo, el mensaje que queda después de la historia rocambolesca es tremendamente válido. La barra solo cederá si pones toda tu energía y foco en encontrarte con la otra persona. Si tú mismo te dices que es imposible, no sucederá. O dicho de otra forma, el foco y la intención son críticos para alcanzar tus metas y es importante tener un diálogo interno positivo para no auto-sabotearnos.
En esto no puedo estar más de acuerdo con esta pequeña señora.
6 horas dan para mucho y tengo otros muchos ejemplos como este, en los que estoy de acuerdo con la moraleja de la historia, a pesar de que la historia sea una fumada.
Por eso creo sinceramente que mis compis de viaje eran dos buenas personas que abrazaron ideas que dieron sentido a sus vidas y sienten que deben transmitirlas.
Creo que tienen capacidad real de ayudar a personas, porque te transmiten una convicción absoluta en lo que dicen y suelen ser el clavo ardiendo de personas que han probado todo lo demás sin éxito y se entregan en cuerpo y alma al proceso –lo cual es crítico para que funcione. Si es cierto que no tienen mal fondo humano –cosa que no puedo afirmar–, lo más probable es le aporten algo positivo a sus clientes.
Aun así, no puedo obviar que personas desesperadas podrían estar poniéndose en sus manos y hay enfermedades físicas o mentales que sencillamente no se pueden curar con buenas intenciones y un poco de cúrcuma por las mañanas.
Detrás de un «loco» puede haber conocimiento válido si tienes la mente abierta, pero también malas personas que intentes sacarte el dinero, o peor aún, buenas personas que no sean conscientes de sus límites y convenzan a sus clientes de que se alejen de tratamientos avalados por la ciencia convencidos de que es lo mejor para ellos.
Algunas veces con consecuencias fatales.


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